ojos claros

A E. la conocí en las clases de italiano, hace muchos años; después coincidimos en algunas clases de los últimos años de carrera. Nos vemos muy poco y eso que ahora somos casi vecinos y que cada vez que nos encontramos insistimos mutuamente en que tenemos que vernos más y que nos llamaremos y es que encontrarse con E. siempre deja buen sabor de boca. Ella es de esas personas que cuando te la encuentras enseguida vas a lo esencial, a compartir lo más íntimo, lo importante.
El sábado me invitó a su fiesta de "cambio de vida" y recordé las primeras fiestas en las que conocí a sus amigos y que de nuevo encontré después de tantos años. Recordé lo que me gustaba descubrir un mundo abierto y nuevo en un bohemio quinto sin ascensor en la Plaza Mayor o aquella fiesta en una buhardilla de la mismísima Puerta del Sol.
Es curioso, volver a ver a gente después de 20 años hace darte cuenta que a cierta edad el mundo se divide en dos: aquellos que ya han encontrado un banco en el parque, lo han hecho suyo y lo disfrutan y los que siguen paseando, buscando su árbol favorito para que les dé sombra pero que nunca llegarán a sentarse. ¡Adivinad en qué lado del mundo me sentí yo!

A mi, antes, los que me decían que nunca veían la tele me daban mucha envidia, me parecían muy intelectuales, sobre todo comparados conmigo que me tragaba todo lo que me echaban. Pero ahora soy yo el rarito, que no hay forma de encontrar algo que me guste, con lo que me apetece a mi ponerme a cenar por la noche, encender la tele y ver algo que me deje un buen sabor de boca. Y es que yo tengo muy mala suerte, porque me gustan las películas de gente normal a la que le pasan cosas normales, vamos que me gusta que me hablen de sentimientos. Que es que estoy un poco saturao de ver como Estados Unidos salva al resto mierdecilla-delahumiadad de los comunistas, o de los extraterrestres o de catástrofes malisimas que sólo ellos pueden detener; pero es peor tener que ver películas de protagonistas con el cuerpo de su hijo de 15 años, o hombres con el cuerpo de mujer o ricos con el cuerpo de pobres o blancos con el cuerpo de negros, ¿qué coño les pasa a los americanos con los cuerpos cambiaos? Aunque siempre está la originalisima ocurrencia de hombre con la época cambiada. Bueno también están las películas (o series) en las que todo dios va disparando a diestro y siniestro, o destripando gente o poniendo bombas con la normalidad con la que se saca el billete del autobús. Aunque ahora es prácticamente imposible encender la tele sin que las imágenes sean de la extirpación de una fístula o el tratamiento de la hiperlipoproteinemia.
Pues eso, que empiezo a descartar y no me queda más remedio que ver un programa monográfico de tres horas y media alrededor de la increíble noticia de que a la Pantoja le ha salido un grano o ver un documental de viajes sobre uno de los nuevos países de la ex Unión Soviética. Y claro, después de zapinear media hora mientras me tomo la sopa, termino enterándome de la importancia de la cría del gusano de seda en los países eslavos. ¿quién me iba a decir a mi que iba a terminar viendo la 2? Debe de ser otra cosa de la edad.

Poco a poco uno va descubriendo que por mucho que te empeñes, el hecho de que te estás quedando calvo no tiene ningún remedio, que el que cada vez te entre más pereza el sábado por la noche para salir y prefieras quedarte en casa en pijama viendo Dolce Vita es normal, que puedes estar cuatrocientas horas en un bar sin que nadie te mire y mucho menos intercambies un par de palabras ¡no es de extrañar que ya no me haga tanta ilusión estrenar la última camisa comprada en Zara.
Poco a poco te das cuenta que será muy difícil que alguien se enamore de ti y lo que es peor, te das cuenta de que ya casi estás incapacitado para enamorarte. Y miras a tu alrededor, a tus amigos, a conocidos algo mayores y descubres en los seres solitarios en que se han convertido.
Menos mal que mi natural optimismo empieza a encontrar las ventajas que tiene la perdida del desasosiego de la búsqueda y la espera y que aprecio cada vez más la tranquilidad ¡cosas de la edad!

Debía de tener tres o cuatro años, acompañaba a mi madre por el centro, imagino que en Galerías Preciados o El Corte Inglés. Me acerqué al Rey y me puse tan nervioso que acompañado por mi inmensa timidez se me olvidó por completo lo que quería pedirle. Entonces, aquel hombre que venía de Oriente, a la vez que ponía un caramelo en mi mano me dijo que como había sido bueno me iban a traer lo que yo quería: un camión. Promesa que efectivamente cumplieron.
Desde entonces, durante años, esa fue la prueba irrefutable de que los Reyes Magos existían. A mí me habían adivinado lo que iba a pedir antes incluso de haberlo escrito en la carta.
Ahora no tengo necesidad de ese tipo de pruebas, incluso sin ellas tengo la seguridad de que los Reyes Magos existen.