20.2.07
carnaval
En Madrid es verdad que somos abiertos y que aquí cabe todo el mundo, pero también que somos muy sosos. Cualquiera que conozca Madrid sabe que no tenemos ninguna fiesta que revolucione la ciudad, es más, la única fiesta que en los últimos años es capaz de poner patas arriba un barrio (toda la ciudad sería imposible) y que mueve a cientos de miles de personas es el Ogullo Gay, así que el Carnaval no iba a ser un excepción.
Solo la fiesta organizada por el Circulo de Bellas Artes, con una larga tradición y las "draqs" que paraban el tráfico en la calle Fuencarral, aparte del desfile, hacían que se notara que estabamos celebrando los días que preceden al miércoles de ceniza. En los últimos años el desfile había ido creciendo y animándose de forma considerable gracias a la participación de comparsas y agrupaciones que venían de otras partes, sobre todo de pueblos de Castilla la Mancha, que junto con algunos madrileños estaban relanzandolo.
Pero si algo es innegable es que nuestro alcalde es listisimo, y eso de que entre disfraz y disfraz se colaran críticas a su persona no está dispuesto a consentirlo. Así que el año pasado y este ha prohibido que vengan de fuera, ya no subvenciona las agrupaciones y se ha inventado un Carnaval de diseño, que cuesta un ojo de la cara, pagando a compañías de teatro, zancudos y cómicos que ya viene con su disfraz de casa, que hacen lo mismo en Carnaval, que en la cabalgata de reyes y que en un desfile militar y lo más importante, que ni se les ocurre la menor crítica a la mano que les paga y les contrata. ¡problema solucionado! ¿qué es eso de que el carnaval sea transgresor y crítico?
8.2.07
toscana
Es indudable que últimamente me persigue el pasado, es lo bueno de tenerlo, o lo malo, según se mire. La semana pasada estuvo G. en Madrid, trabajando en Fitur. No venía desde Italia, donde vive, desde hacía cinco o seis años, cuando se casó. Ya tiene dos niños. Nos conocimos hace algo menos de una década, compartiendo piso. A mi me venía muy bien poder practicar el italiano en casa. Sin duda entre los dos nació un gran aprecio pero me sorprendió, cómo el otro día, paseando por la noche madrileña él recordaba con increíble nitidez muchas de las cosas que hicimos juntos en aquella época, mientras yo quedaba fatal porque no recordaba apenas nada. Y es que a mi mala memoria hay que unir, sobre todo, la escasa importancia que aquellos días tuvieron para mi, que contrastaba con lo decisiva que fue para él su estancia en Madrid.
Una vez más me di cuenta lo injusto de las relaciones humanas en las que a menudo hay un desequilibrio que hace que los afectos no se correspondan en medidas similares.