10.2.05

10 -2 -05


He instalado un confesionario en mi casa, con secretos murmurados a oscuras, o quizá una celosía de un harén de un palacio árabe, desde donde se asomarán decenas de ojos femeninos para espiarme cada vez que pase por el pasillo, o quizá el enrejado que habitó un jardín, por donde se enredaron la hiedra y las rosas blancas para ocultar besos prohibidos.
He quitado el cristal muerto que en su timidez infinita temblaba cada vez que alguien se acercaba y que estaba sobre la puerta del baño. Desnudé la tracería de madera seca hasta descubrir la palidez de su piel. La maquillé de blanco inmaculado y a estreno y la encajé en su lugar definitivo.
Me encanta recoger cosas de la basura cuya vida aparentemente ha terminado y reinventarme una nueva que compartir.

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