11.7.05

desde un lugar de la mancha


Al autobús de La Sepulvedana que hace el recorrido Jaén Madrid, con sus paradas intermedias, en mi pueblo lo llaman "la pava", como no podía volverme en coche con quien había ido, con mi mente capitalina pensé que lo mejor era irme por la mañana a la estación de autobuses, mirar los horarios para volverme por la tarde y comprar mi billete. Mi sorpresa fue encontrarme una estación desierta, unas taquillas vacías y un horario pegado en el cristal lleno de tachones. Después de esperar un buen rato alguien que pasaba por allí me dijo que si acaso lo que podía hacer era comprar el billete en la misma pava en el momento de salir (momento que no estaba más que incierto).
Decido fiarme de mi buena estrella y arriesgarme, así que a las 10 de la noche estoy en la estación de la pava para coger el último autobús a Madrid. Cuando llega sale el conductor y sin dejar que salga ningún viajero me pregunta que si sé como funciona la máquinita que lleva junto al volante para vender los billetes. Naturalmente yo le explico con cara de asombro que no tengo ni idea. Entonces me dice que no sabe como funciona y que no ha cobrado a nadie de los que van en el autobús y que hasta que no cobre no nos vamos. Pide ayuda al camarero del bar de la estación, que a esa hora si está abierto y por supuesto él también le dice que no sabe como funciona. Total que entre varios viajeros y viendo que el tiempo pasaba y nos movíamos de allí se ponen a ver si descubren el mecanismo de la máquina. Por fin uno de ellos empieza a sacar billetes, entre él y otra chica se ponen a cobrarnos y darnos las vueltas, porque el conductor tampoco sabía dar las vueltas y prefería que lo hicieran otros.
Con más de media hora de retraso arrancamos y antes de llegar al siguiente pueblo ya nos habíamos perdido. En esa situación un quinceañero se sienta a mi lado (yo iba en el primer asiento) y empieza a darle indicaciones al conductor: la primera salida a la derecha, en este pueblo no hace falta entrar, la estación está al fondo de aquella calle …mientras que todos temblábamos cada vez que el chofer para enterarse de las indicaciones, que no se enteraba de todas formas, volvía la cabeza para mirar al chico en plena autopista y veíamos los carteles de los muertos que había habido el fin de semana anterior.
El desasosiego empezó a cundir cuando el adolescente se bajó y nos dejó a todos desamparados en manos del conductor. Que no sabía salir del pueblo donde estabamos a pesar de que había unos carteles como la copa de un pino que ponía MADRID; pero que según él de noche no se ven. Así que entre la chica que estaba detrás de mí y yo le vamos indicando, sin tener ni idea, como retomar la dirección adecuada, entonces nos pregunta que cual es el siguiente pueblo al que tenemos que ir, y se produce una lluvia de ideas en el autobús, con distintas opciones.
A todo esto la marcha a tras según él no entraba, había encendido la radio, con lo que llevamos un ruido cada vez más insoportable, porque no sabia ni sintonizarlo ni apagarlo. Un teléfono que llevaba el autobús no paró de sonar todo el viaje, pero tampoco sabía descolgarlo. Y un frío gélido hacia que empezáramos a tiritar literalmente.
Llegamos, suponemos al siguiente pueblo, ya avanzada la madrugada, y me pregunta que donde para, le repito una vez más que es la primera vez que tomo esa línea y que yo no lo sé, hacemos un nuevo sondeo entre los usuarios que dan distintas opiniones, todas poco fiables y de repente me veo en medio del campo, en un camino y él diciendo que se va a Madrid sin pasar por ningún pueblo más porque no sabe donde están las paradas. Le digo que no pude dejar a la gente colgada siendo el último autobús del día y pensando que muchos como yo tendrían que estar al día siguiente en sus trabajos en Madrid.
Una chica que no paraba de decir "esto es surrealista" le anima a que busque a alguien para preguntar. Así que ni corto ni perezoso se baja, nos deja a todos allí y se pierde en busca de ayuda. Cuando vuelve yo creo que ya había varios cadáveres por congelación, le insisto en que no aguantamos más el frío y me pide que lo apague yo, que él no sabe. Me pongo al mando y toqueteando todos los botones que vi consigo pararlo. Desde ese momento, tácitamente, me doy cuenta que soy el jefe de la expedición y me veo obligado, yo que no conduzco nunca y que hago ese recorrido por primera vez en mi vida a tomar las decisiones, si entramos o no en un pueblo, si pregunta o no en la gasolinera, si…
Llegamos finalmente a Méndez Alvaro con un enorme de retraso, a la entrada le dan no sé que indicaciones y él "no me entero", los viajeros ya no aguantan más y querían salir por las ventanillas, y él sin moverse y sin abrir las puertas.
Total, no he dormido prácticamente nada, hoy en cuanto salga me voy a poner una reclamación y no vuelvo a coger una pava de La Sepulvedana.

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