10.10.05

Delhi



Un intensisimo y profundo olor a incienso me envolvió permaneciendo incluso durante un tiempo después de haberme marchado. En la entrada un gran recipiente donde los pétalos de todos los colores flotaban entre las velas. Nuestros pies descalzos acariciaban las suaves alfombras y una lluvia de cojines de seda multicolor había inundado el suelo del salón donde nos recibieron.
Tras los músicos sentados en el suelo, como todos nosotros, un pequeño altar donde se mezclaba la luz, las flores y los aromas. E igual que el incienso inundaba cada rincón, la música al principio salmódica y repetitiva y después rítmica y penetrante invadió no solo el exterior, también por dentro. Como un sueño que sin darte cuenta te vence y ya eres suyo.
Mientras no podía dejar de recorrer con mi mirada los pliegues de los "saris", el brillo de los bordados sobre las sedas, los abigarrados diseños de los cuadros en las paredes, los movimientos imperceptibles de algunos invitados, la sonrisa misteriosa y ascética de la anfitriona, el éxtasis místico de algunos rostros.
Y después la cena; un nuevo salón, más exquisitez desplegada en la cuidadosa y milimétrica presentación de la comida, solo vegetariana, en la elegante vajilla y en la decoradisima cubertería. Sabores que seguían transportándome a otro mundo lejano y ajeno, oscuro e impenetrable y embriagador y fascinante a la vez.
Demasiadas sensaciones para dejar de sentirlas de golpe, todavía algunas me siguen acompañando esta mañana.

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