ojos claros

Recibo un correo y enseguida empiezo a atar cabos, hace un año que nos conocimos, Nueva York, el MOMA, la exposición de Juan Gris en el Reina Sofía. No había podido ver el correo antes y solo le quedan un par de días para marcharse, justo la tarde que tengo que acudir a la inauguración de un amigo. En cuanto puedo me escapo y paso por el hotel donde me escribe que está alojado, que por casualidad está a diez minutos de mi casa. Llaman a su habitación pero no contesta, me dicen que quizá está en el bar y que si quiero mirar. Me doy cuenta de que no estoy muy seguro de si lo reconoceré. No está. Le dejo una nota en inglés ¡vete tú a saber lo que habré escrito!. Esa misma noche, al poco rato me llama. Después de colgar juraría que hemos quedado para cenar juntos mañana, pero con mi inglés puede ser que en realidad hayamos quedado para hacer encaje de bolillos el mes que viene.
Al día siguiente vuelve a llamar, de nuevo los problemas de comunicación. Si mi imaginación no me engaña lo recogeré un poco más tarde en la habitación del hotel. ¿Cómo no iba a reconocer sus ojos azules, la perilla rubia y sobre todo su sonrisa cuando abrió la puerta de la 202? Un paseo y llegamos al restaurante que yo había elegido. De repente me doy cuenta de que llevamos dos horas sin parar de hablar y de reír, después una copa que junto al vino de la cena han estrechado definitivamente el espacio físico que nos separaba.
¿Quién me iba a decir a mi que el MOMA me iba a invitar a una noche maravillosa en uno de los hoteles más bonitos y con más diseño de Madrid?