22.9.06

amsterdam



Me encontró mirando un mapa y se acercó para ayudarme en esa hora en la que la tarde se acaba y las luces empiezan a reflejarse en los canales. Me gusta perderme por las calles en las que no van los turistas y tener tiempo que perder paseando por el silencioso barrio de Jordaan. En Amsterdam me siento seguro, incluso de noche en una calle desierta.
Le explico que simplemente estaba buscando un sitio donde tomarme algo. Me indica el bar de donde acaba de salir y le digo que he echado un vistazo y no me ha gustado mucho. Me propone acompañarme y tomarnos una cerveza juntos. En unos minutos estamos sentados los dos en una mesita con la vela típica que adorna todos los veladores, en la calle, al lado de un canal.
R. es un típico holandés, muy rubio, con la cabeza afeitada y con la perilla, las cejas y las pestañas casi invisibles. Unos enormes ojos azules, delgado y my alto y con una sonrisa amigable.
Sabe un poco de español que alternábamos con mi mal inglés y en menos que canta un gallo el camarero no anunció que era la hora de cerrar. Para corresponder a su invitación le propongo otra cerveza; en el siguiente bar el tiempo pasa igual de rápido y de nuevo somos los últimos clientes antes de cerrar.
Me acompaña a mi hostal, mejor dicho, me lleva en su bici; al día siguiente nos encontraremos, junto con sus amigos en el Queens.


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