9.10.06

Ya había pasado por esa calle el día antes, de hecho es una de las más populares de Amsterdam, pero esa noche estaba transformada, se había llenado, como por arte de magia, de corazones rojos por todas partes, de neón, en miles de banderas que adornaban las fachadas, en los escaparates y por supuesto en todos los bares.
Una tradición medieval, según me explicaron después, que trataban de recuperar desde hacía pocos años. Un día, el de los corazones rojos, en el que los hombres se vestían de mujeres y ellas de ellos. Y como no podía ser de otra forma, la tradición la habían retomado fundamentalmente la comunidad gay.
Yo me había puesto lo mejor que tenía, la chaqueta que me había llevado al viaje y que todavía no había estrenado, una camisa que me había comprado esa misma mañana, aprovechando las rebajas holandesas y el vaquero que me parecía que insinuaba todo mejor.
Rob había pasado el día en Leiden, donde vive su familia y a donde se suponía que también iba a ir yo. Lástima, que el día antes ninguno de los dos nos atrevimos a sugerir la idea de ir juntos aunque él lo arregló en el último momento invitándome a reunirme con sus amigos por la noche.
¡He pasado el día buscándote en los museos de Leiden! Bromeó después de haberme presentado a sus amigos que me esperaban tomándose una cerveza en la puerta del pub.
De nuevo, como la noche anterior la conversación se alargó, la gente se fue yendo y fuimos cerrando bares. Uno de sus amigos, alemán, que hablaba español me preguntó si todavía no dormía en su casa y tuve que morderme la lengua para decirle que ya me gustaría a mi y que era lo que estaba esperando.
