6.11.06

leiden



Me abrazó con fuerza, se había hecho de noche y de nuevo llovía, nuestras mejillas pegadas, lentamente y de forma natural se movieron hasta que nuestros labios se encontraron. El tiempo se había agotado, mi avión salía de madrugada pero me llevaba el sabor de su boca. Nos separamos dandanos las gracias por enésima vez, mientras él se dirigía a recoger su bicicleta.
Ese día amaneció nublado, el único de los días que estuve en Amsterdam, Rob apareció puntual en la Estación Central, con su mochila y dos paraguas, el suyo y uno para regalarme. Un café rápido y algo menos de una hora en tren hasta Leiden y de todo para el camino, bizcocho típico para desayunar, chucherías…había pensado en todo.
Conversación, paseos, lluvia, museos, comida, recuerdos de infancia y más conversación, mucha conversación.
Y el intento inconsciente de alargar el día, de que no acabe, de no separarse. La última cerveza, que al final son varias. La cena en un bullicioso chino. Otra vez la última cerveza.
La sensación agridulce de algo que está comenzando y que se interrumpe o que quizá termina y que todavía hoy perdura.

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