3.1.07
magos y adivinos
Debía de tener tres o cuatro años, acompañaba a mi madre por el centro, imagino que en Galerías Preciados o El Corte Inglés. Me acerqué al Rey y me puse tan nervioso que acompañado por mi inmensa timidez se me olvidó por completo lo que quería pedirle. Entonces, aquel hombre que venía de Oriente, a la vez que ponía un caramelo en mi mano me dijo que como había sido bueno me iban a traer lo que yo quería: un camión. Promesa que efectivamente cumplieron.
Desde entonces, durante años, esa fue la prueba irrefutable de que los Reyes Magos existían. A mí me habían adivinado lo que iba a pedir antes incluso de haberlo escrito en la carta.
Ahora no tengo necesidad de ese tipo de pruebas, incluso sin ellas tengo la seguridad de que los Reyes Magos existen.
